sábado, 30 de diciembre de 2006

¿YA DEPOSITASTE?

Con tu participación económica, el Gobierno Legítimo de México cumplirá su responsabilidad de proteger los intereses de la mayoría de los mexicanos y defender los bienes de la Nación.
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en la cuenta número 04038497855
del banco HSBC.

CINISMO....

"Francisco A. Servin de Alba"
fsda@att.net.mx


Caricatura sin Monitos


Me llevó un buen tiempo buscar el título, de lo que será la última colaboración del año 2006. No encontré, otra mejor manera. Pues, la desvergüenza se adopto como doctrina en el año moribundo.
En el epílogo, como si fuera necesario rubricar el desastroso periodo, y siendo congruentes con su actuar sin el mínimo asomo de pudor, cargan más con datos económicos que se entrelazan, el costal que llevaremos a cuestas.
El primer elemento acomodado, fue la inflación; la cual hemos sido testigos, se ha desbocado en este mes. Desde luego que nos saldrán con la mentira del uno por ciento en todo diciembre. Muchos productos han tenido aumentos impresionantes, el mini salario con el ridículo incremento, nuevamente, volvió a quedar rezagado (como si algún día hubiese estado en línea). Es el cobro de las facturas políticas, se rumora por todos lados.
Otra pieza que contiene, el saco de tela que cargamos, es el superávit fiscal del gobierno federal. Al 30 de noviembre pasado, el gobierno acumuló un saldo a favor de 158,512 millones de pesos (un 42 por ciento más que lo registrado en el mismo lapso del año pasado, según cifras de Hacienda). ¿Que significa esto? Evitando términos incomprensibles que usan los expertos, le digo lo siguiente: el gobierno recauda más impuestos y gasta menos. A la manera de las empresas, el gobierno actúa para tener utilidades, en virtud que no hay necesidades urgentes que atender. Ahora mismo, millones de compatriotas no tienen una frazada para combatir el frío que nos golpea y menos tienen, para comprar la medicina necesaria y curar las enfermedades que nacen de lo mismo. ¡Ah! Pero, si hay dinero suficiente, para pagar las costosísimas campaña publicitarias de la presidencia de la republica en todos los medios de comunicación. Lo mismo, para mantener el abultado presupuesto para la seguridad del señor Calderón. ¿Y que me dice para el rescate de los amigos y socios que colaboraron en el fraude electoral?.
Esos 158 mil millones de pesos, bien podrían servir para subsidios al agro mexicano y no estar dependiendo ahora más que nunca, de lo que importemos con precios cada vez mayores. El excedente, comprueba una vez más, el carácter de enemigo histórico que el gobierno ha mantenido. Porqué, es la evidencia rotunda que desmorona los argumentos esgrimidos para bajar el presupuesto a la educación y a los subsidios más necesarios. Lamentablemente, sabemos a donde irán a parar esos dineros salidos de nuestros bolsillos.
Para llenar la talega, incluyeron los pesados números de la balanza comercial al fin de noviembre. Con tristeza podemos observar a donde van los sacrificios de todos los mexicanos. Con pesimismo, seguimos viendo como se cambia el oro (en este caso de color negro) por espejitos en forma de galletas. Solamente durante el penúltimo mes del año, se tuvo un déficit de 1,571 millones de dólares. Con lo anterior, en los primeros once meses del presente año el saldo comercial acumulado fue de 4,711 millones de dólares en contra, según los datos oportunos del Instituto Nacional de Estadística Geografía e Informática (INEGI). En esos renglones nos damos cuenta como seguimos dependiendo casi en su totalidad, de la explotación petrolera, pues claramente se nota en las gráficas disponibles, el paralelismo en la baja del precio internacional del crudo y la perdida en el comercio exterior. Este año, ya nos comimos un excedente petrolero, de cuando menos diez mil millones de dólares. Así que, en realidad el déficit total que tendremos este 2006, será alrededor de 15,500 o 16,000 millones de billetes verdes.
Todo lo que nos aprieta el gobierno a los mexicanos, sirve para engordar las carteras de los empresarios extranjeros. Por eso, tenemos que ahorrar quitando dinero a rubros improductivos (según ellos) como son la educación, la ciencia y la cultura.


"Ojalá, aquellos que votaron por la continuidad del régimen neoliberal, esta noche vieja (la última del año) reflexionen con todo lo anteriormente expuesto. Nos lograron dividir.
Somos un país que se distingue por la correspondencia y la solidaridad en el caso de un desastre. Hoy, el país necesita nuestra unión. Tenemos que refundar nuestra nación. Nada más nosotros lo haremos. Demostremos el amor que tenemos a nuestro querido México. Luchemos inteligentemente, en contra del enemigo. Ya sabemos quien es..."
Sen. Tido Común

Un fuerte abrazo con mis mejores deseos, de salud y prosperidad en el 2007. ¡Feliz Año Nuevo!

domingo, 24 de diciembre de 2006

ESTAS NAVIDADES SINIESTRAS

Gabriel García Márquez (Aporrea/AgendadeRe flexion)

Ya nadie se acuerda de Dios en Navidad. Hay tanto estruendo de cornetas y fuegos de artificio, tantas guirnaldas de focos de colores, tantos pavos inocentes degollados y tantas angustias de dinero para quedar bien por encima de nuestros recursos reales que uno se pregunta si a alguien le queda un instante para darse cuenta de que semejante despelote es para celebrar el cumpleaños de un niño que nació hace 2.000 años en una caballeriza de miseria, a poca distancia de donde había nacido, unos mil años antes, el rey David.

Novecientos cincuenta y cuatro millones de cristianos creen que ese niño era Dios encarnado, pero muchos lo celebran como si en realidad no lo creyeran. Lo celebran además muchos millones que no lo han creído nunca, pero les gusta la parranda, y muchos otros que estarían dispuestos a voltear el mundo al revés para que nadie lo siguiera creyendo. Sería interesante averiguar cuántos de ellos creen también en el fondo de su alma que la Navidad de ahora es una fiesta abominable, y no se atreven a decirlo por un prejuicio que ya no es religioso sino social.

Lo mas grave de todo es el desastre cultural que estas Navidades pervertidas están causando en América Latina. Antes, cuando sólo teníamos costumbres heredadas de España, los pesebres domésticos eran prodigios de imaginación familiar. El niño Dios era más grande que el buey, las casitas encaramadas en las colinas eran más grandes que la virgen, y nadie se fijaba en anacronismos: el paisaje de Belén era completado con un tren de cuerda, con un pato de peluche más grande que un león que nadaba en el espejo de la sala, o con un agente de tránsito que dirigía un rebaño de corderos en una esquina de Jerusalén. Encima de todo se ponía una estrella de papel dorado con una bombilla en el centro, y un rayo de seda amarilla que habría de indicar a los Reyes Magos el camino de la salvación. El resultado era más bien feo, pero se parecía a nosotros, y desde luego era mejor que tantos cuadros primitivos mal copiados del aduanero Rousseau.

La mistificación empezó con la costumbre de que los juguetes no los trajeron los Reyes Magos –como sucede en España con toda razón-, sino el niño Dios. Los niños nos acostábamos más temprano para que los regalos llegaran pronto, y éramos felices oyendo las mentiras poéticas de los adultos. Sin embargo, yo no tenía más de cinco años cuando alguien en mi casa decidió que ya era tiempo de revelarme la verdad. Fue una desilusión no sólo porque yo creía de veras que era el niño Dios quien traía los juguetes, sino también porque hubiera querido seguir creyéndolo. Además, por pura lógica de adulto, pensé entonces que también los otros misterios católicos eran inventados por los padres para entretener a los niños, y me quedé en el limbo. Aquel día –como decían los maestros jesuitas en la escuela primaria- perdí la inocencia, pues descubrí que tampoco a los niños los traían las cigüeñas de París, que es algo que todavía me gustaría seguir creyendo para pensar más en el amor y menos en la píldora.

Todo aquello cambió en los últimos treinta años, mediante una operación comercial de proporciones mundiales que es al mismo tiempo una devastadora agresión cultural. El niño Dios fue destronado por el Santa Claus de los gringos y los ingleses, que es el mismo Papá Noel de los franceses, y a quienes todos conocemos demasiado. Nos llegó con todo: el trineo tirado por un alce, y el abeto cargado de juguetes bajo una fantástica tempestad de nieve. En realidad , este usurpador con nariz de cervecero no es otro que el buen San Nicolás, un santo al que yo quiero mucho porque es el de mi abuelo el coronel, pero que no tiene nada que ver con la Navidad, y mucho menos con la Nochebuena tropical de la América Latina. Según la leyenda nórdica, San Nicolás reconstruyó y revivió a varios escolares que un oso había descuartizado en la nieve, y por eso lo proclamaron el patrono de los niños. Pero su fiesta se celebra el 6 de diciembre y no el 25. La leyenda se volvió institucional en las provincias germánicas del Norte a fines del siglo XVIII, junto al árbol de los juguetes, y hace poco más de cien años pasó a Gran Bretaña y Francia. Luego pasó a Estados Unidos, y éstos nos lo mandaron para América Latina, con toda una cultura de contrabando: la nieve artificial, las candilejas de colores, el pavo relleno y estos quince días de consumismo frenético al que muy pocos nos atrevemos a escapar. Con todo, tal vez lo más siniestro de estas Navidades de consumo sea la estética miserable que trajeron consigo: esas tarjetas postales indigentes, esas ristras de foquitos de colores, esas campanitas de vidrio, esas coronas de muérdago colgadas en el umbral, esas canciones de retrasados mentales que son los villancicos traducidos del inglés; y tantas otras estupideces gloriosas para las cuales ni siquiera valía la pena de haber inventado la electricidad.

Todo eso, en torno a la fiesta más espantosa del año. Una noche infernal en que los niños no pueden dormir con la casa llena de borrachos que se equivocan de puerta buscando donde desaguar, o persiguiendo a la esposa de otro que acaso tuvo la buena suerte de quedarse dormido en la sala. Mentira: no es una noche de paz y amor, sino todo lo contrario. Es la ocasión solemne de la gente que no se quiere. La oportunidad providencial de salir por fin de los compromisos aplazados por indeseables: la invitación al pobre ciego que nadie invita, a la prima Isabel que se quedó viuda hace quince años, a la abuela paralítica que nadie se atreve a mostrar.

Es la alegría por decreto, el cariño por lástima, el momento de regalar porque nos regalan, y de llorar en público sin dar explicaciones. Es la hora feliz de que los invitados se beban todo lo que sobró de la Navidad anterior: la crema de menta, el licor de chocolate, el vino de plátano. No es raro, como sucede a menudo, que la fiesta termine a tiros. Ni es raro tampoco que los niños –viendo tantas cosas atroces- terminen por creer de veras que el niño Jesús no nació en Belén, sino en Estados Unidos.